Acabo de llegar a un piso que no es mi piso y del cual no soy poseedora de ningún cuartucho, llego y veo, pienso, ¡ah! Pero… ¿pienso? Sí, pienso en ellos, eran desconocidos en una discoteca barata y donde dejan entrar a menores tan sólo con que vayan vestidos de negro, estos sujetos nada tenían que ver conmigo, yo no bailaba, pensaba, pero me encanta el sentimiento de unión que parece aflorar en tales sitios, donde todos son amigos; y ésa es básicamente la esencia de lo que quería expresar aquí, me hace dudar si soy un ser súper-social o súper-retraído, o una mezcla de ambas, no me puedo describir así, sólo sé lo que me encanta y lo que me desagrada. A pesar de que me desagrada pensar, no lo puedo evitar.
Perdón a todos, o a los dos que me leen, no escribo sobre cuestiones metafísicas ni nada parecido, tampoco sobre cosas cruciales, sólo quiero plasmar con la mayor sencillez posible qué siento en las cosas que hago cotidianamente para que me conozcan los que me quieran conocer, sólo busco que mi propósito se vea realizado. Y es por ello que reniego de las palabras grandilocuentes, si no salen, o simplemente porque las desconozco, ni tono exacerbado ni nada parecido, porque no soy escritora ni oradora; soy, en sí, Laura.
Mararía, ¿has visto? Ya no soy un número con huellas dactilares, ahora me llaman y me designo, Laura.
P.D.: me encantan los nombres que contienen la “r”, tienen una sonoridad incomparable.